La tumba como pasaje al mundo de los espíritus

La tumba como pasaje al mundo de los espíritus

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Cuando el ser humano todavía era nómada y aún no habían aparecido las primeras ciudades, ya enterraba a sus muertos quizá para darles la oportunidad de continuar en su último viaje.

Las tumbas más antiguas que se estudian se remontan a más de 100.000 años en cuevas de Europa y Asia. En África, cuna de la especie humana, una de las tumbas más antiguas fue datada en 78.000 años antes del presente y corresponde a un niño de 3 años hallada en una cueva en Kenia.

Con el enterramiento de los muertos, llegó la espiritualidad y la firme constatación de que habrá otra vida en la que podremos reunirnos con los que nos han dejado. Las ofrendas y el cuidado del cuerpo nos cuentan historias de viajes. La partida de este plano y la transformación alcanza al muerto y a los que quedan vivos, que cumplen los rituales para asegurar ese viaje.

El cobijo de la tierra es un hilo presente en la mayoría de las culturas, como las ofrendas y la individualidad. Recorrer los cementerios en el presente es sumergirse a lo más profundo de los sentimientos humanos. Las frases que dejamos a nuestros deudos hablan del recuerdo y el amor como vínculo eterno, que se apoya en la individualidad.

Finalmente, cuando el último de los vivos pierda nuestro recuerdo, nos devorará un olvido parecido a la nada, al vacío. Nuestros restos se sumarán a fosas comunes en las que los cadáveres dejan de tener su importancia individual para pasar a formar parte de un todo, quizás por eso ponemos tanto empeño para conocer a los muertos de la dictadura o los soldados enterrados en Malvinas. Porque, al final, aunque sea una forma de homenajear al fallecido, el que encuentra verdadero consuelo en acudir a la sepultura es el que todavía vive y recuerda.

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